Me bajó la nostalgia. Estaba degustando un rico té hace pocos minutos, y de pronto se me vino a la memoria una conversación veraniega con Pete, el dios griego inglés. A él le gustaba mucho el té, y yo pensé que mi humilde Club Ceylán le iba a parecer un desastre comparado con la variedad a la que debía estar acostumbrado, pero no, estaba feliz.
Eso me llevó a rememorar una mañana de domingo, en que ya hartos de tanto carrete y juerga (me tomé en serio eso de mostrarle Santiago) nos dedicamos a flojear. Chile jugaba la Copa Davis contra no sé qué país (nunca sé contra quienes jugamos, y si estamos en el grupo mundial o aspirando a), y como él dormía hacía barra con lenguaje de signos y exclamaciones ahogadas.
Finalmente el joven no estaba dormido, si no que se moría de la risa al ver mis esfuerzos por contener la pasión deportiva, así que se dedicó a ver el partido conmigo. Relataba Solabarrieta, y fueron tantas las veces que dijo "Vamos Chile que se puede", que Pete terminó aprendiéndose la frasecita y alentando al equipo en mi nombre, pese a que le costaba un mundo entender el español de los chilenos (hablamos muy rápido y nos comemos muchas letras).
A eso de las 5 de la tarde terminó el partido, Chile perdió, y nos fuimos al Cajón del Maipo a consolar por la derrota.
sábado, 27 de octubre de 2007
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