
Quise inventar que el cielo era del color que tus ojos reflejan al amar; que la lluvia se hizo para limpiar las calles, que el sol pone destellos rojizos en mi pelo.
Hasta se me ocurrió que podíamos tener un pasado misterioso, captado por un lente indiscreto; un cuento inverosímil que pudiera ser real sólo por un acto sagrado de voluntad divina.
Pero sonreíste y seguiste de largo. Fuiste amable, pero distante. Me colgaste un cartel de bondad casi mística, y encontraste siempre una excusa para huir de mis palabras.
Parece que la historia que quise contarte no era muy atrayente. Lo tendré en cuenta cuando quiera escribir otra novela.
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