Era el color de la penumbra envolviendo un ensueño, a media tarde, entre la brisa y los designios de un aviso incomprensible.
Era el espacio divino entre mis manos y un tormento; acantilados quebrándose a la distancia, flores de nácar, y mi espejo, claro y sencillo, buscando la mirada perfecta sobre las nubes.
Y ese fue su vuelo. La respuesta a un silencio inconcluso, el instante de dicha que sólo los dioses son capaces de dibujar.
Era su vuelo. El reflejo de anhelos y caricias, la secreta promesa de un abrazo, y una sonrisa deslizándose por sus dedos.
Su vuelo. La armonía perfecta de una silueta enmascarada.
Su vuelo. Cálida quietud de mis venas bullentes.
Y será su voz cadena en mis manos. Atando mis temores, creciendo en mi delirio, me empujará al abismo, y acogerá mi sombra como caos y tinieblas.
martes, 22 de julio de 2008
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