Qué extraños y desagradecidos somos a veces al no valorar lo que tenemos. Podemos estar rodeados de las personas más maravillosas, que nos entregan su calidez, su atención, nos animan con sus cuentos, y nos empujan a salir a descubrir el mundo que nos esforzamos por ignorar.
Pero todo eso lo damos por hecho, como si fuera una parte implícita nuestra el contar con esos apoyos, y no un milagro que nos da la vida a diario. Nos esmeramos en sufrir por lo que se nos niega, en añorar a quienes nos olvidan, y sufrir por lo que consideramos un injusto desaire de la existencia.
Y aún así... el hacernos concientes de eso sólo nos da una perspectiva más honda de nuestra tragedia, y pensamos en el dolor que podemos causar, y en lo desgraciados que somos, al no ser capaces de asumir lo mucho que tenemos y lo afortunados que podríamos llegar a ser.
Y volvemos la mirada atrás, a los momentos que fueron y que no regresarán, inventamos a diario diálogos por las palabras que dijimos y debimos evitar, y sangramos por las que no llegan pero que quisiéramos escuchar, por el abrazo que no nos roza, y por la lenta agonía de sentir cómo el tiempo se escurre sin que podamos cambiar el curso.
lunes, 7 de mayo de 2007
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