lunes, 14 de mayo de 2007

Los días pasan como las hojas grises de un cuento sin destino. Aún tengo clavados en mi memoria el pálido reflejo de su mirada, el tormento carcomiendo su espíritu, el aliento que llevaba lejos sus pensamientos y mi huida.

Miro mis horas sin dolor. Mis ojos se humedecen, pero las lágrimas no caen. Una calma engañosa se apodera de mis manos. Más tarde será el temblor, el murmullo quebradizo que recorrerá sin descanso mi alma anestesiada.

Ya no hay camino por andar. Sólo una profunda bruma se aglomera ante mis pasos, y me dice que no debo avanzar.

Intento acallar todas las voces; las del miedo, de la costumbre, de la pena, hasta que sienta desde lo profundo que emerge la única verdad, esa que ha estado oculta, esperando a que encontrara la ruta hacia las preguntas.

Y los días siguen con su triste ritmo. En mi pecho, como puñales, enterrados y sangrantes, sus pupilas lejanas. En las sombras.


Mayo 14 de 2007.-

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