Terminé el año echando pericos por lo catastrófico que fue, pero ahora, con la tranquilidad que me da el haber comenzado este nuevo ciclo con el pie derecho, miro atrás y siento agradecimiento.
A los amigos y amigas, pocos pero buenos, que estuvieron a mi lado, compartiendo mis risas y mis lágrimas.
A mi familia, que en bloque se alineó junto a mi lecho y me dio la tranquilidad de saberme querida y aceptada pese a mi locura eterna.
A aquellos que me dejaron, que liberaron su espíritu y marcharon lejos, pero que antes de irse tuvieron un gesto cariñoso para mí.
A los locos amores del verano, que con sus historias, aventuras y sencillez me abrieron paso al mundo, y despertaron en mi espíritu las ganas de volar.
Al frío del invierno, que me hizo encontrar refugio en mis propias cobijas, en mi interior y en mi fortaleza.
A un hombre alado de ojos tristes, que con su paso fugaz por mi ruta encendió el fuego de mi talento olvidado y me empujó al reencuentro con mi vocación renacida.
A toda la experiencia, mala y buena, que me hizo bucear en las aguas más profundas y oscuras, para elevarme un día, limpia de temores y sedienta de vida.
Y a esa noche llena de luces que me trajo el regalo de volver a creer.
miércoles, 2 de enero de 2008
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