martes, 25 de diciembre de 2007

La actitud zen de bailar con un chico feo

Ayer era navidad, y por lo tanto, se supone que había que celebrar. Encontrándome en mis bienamadas tierras pichileminas, hice un catastro interno y descubrí que mi yo más profundo lo que quería era bailar.

Después de una riquísima comida, una aburrida misa del gallo (debut y despedida de mi presencia en esa liturgia), y terminar de ver una peli de Errol Flynn (era bien guapo él), salí en mi trineo prestado a ver qué me ofrecía la noche.

No andaba un alma en las calles. A medida que recorría el silencio de las rutas comencé a sentir pánico ante la posibilidad de que tuviera que irme con mi sed de fiesta a dormir con el gato. El letrero de la 127 estaba iluminado. Gracias, Baghavan.

Como el 99% de las personas pasa un rato con su familia y después sale a parrandear, hubo un largo tiempo en que la disco estaba pelada. Un grupito de unas chicas luminosas hacía de las suyas en la pista, mientras la pantalla gigante transmitía un aburridísimo programa del Discovery Channel. Yo, sentada como una Lady, maldiciendo en mi interior esa ley no escrita que me hace no tener amigos a quienes recurrir para no estar mirando cómo se divierte la gente.

Ya entrada la noche la cosa comenzó a tejerse. Claro que ninguno de los dioses griegos que tuve el agrado de contemplar en la playa se dignó dejarse caer. Sólo homo chilensis por todos lados.

Pasaba la hora, comenzaba a darme sueño, y ningún galán se ofrecía gentilmente a acompañarme a la pista. No sé si mi cara traslucía algo de mi afiebrado estado interior, el caso es que, según yo, era invisible para la especie humana. Y tantas ganas que tenía de bailar...

Ya estaba implorando a las divinas presencias que me dieran siquiera el consuelo de bailar con alguien, cualquiera, sin importar su garbo ni si fuera de mi agrado. Sólo quería menear el esqueleto, y sentir que las lucas invertidas en la entrada valdrían la pena. Nada. Invocaba a mi buena estrella pensando que cualquiera sería un buen compañero de baile, hasta que vi en la multitud uno que definitivamente no caía en ese grupo. Era una especie de gigante mamut no lanudo. Un tipo grandísimo, gordo, pelado, y más encima con camisa blanca. Fue cosa de verlo y pedir que cualquiera menos "ese" se dignara a bailar conmigo.

Como la mala suerte me acompaña, justo "ese" se acercó a solicitarme el honor de una pieza. Mientras veía que me hablaba pensaba en mis opciones. Podía negarme argumentado cualquier estupidez, pero a lo mejor sería mi única oportunidad en la noche de sacarle brillo al pavimento. Pero aceptar era asumir ante el mundo que nada mejor se me había presentado; mal que mal, una tiene su dignidad, y cuando te has pasado el verano rodeada de chicos guapísimos como que te mal acostumbras...

Pensé que mi actitud era soberbia. Que estaba olvidando las enseñanzas zen sobre el valor del alma humana. Que no debería importarme cómo me mirara el resto de la humanidad, si lo importante era bailar. Tomé aire, puse mi mejor sonrisa, y dije sí.

Tuve que tragarme el orgullo al ver a unas chicas que sonreían burlescas al verme con ese especímen. Recordé otra vez las palabras de Osho y la fuente de la sabiduría, y decidí tratar de pasarlo bien. Pero mi cumpa se las arregló para arruinarme el gusto. El joven tenía la mala costumbre de interrogarte mientras bailaba, cosa que hace que una deba dejar el ritmo y acercar peligrosamente el oído a su cara para tratar de entender. A cada rato. Hasta el punto que me pidió que cambiáramos de lugar porque estaba su ex polola y lo miraba mucho. Grande fue mi sorpresa al enterarme que un tipo así podía haber tenido novia alguna vez, y más encima la dejó escapar! Me la mostró, incluso, y no era nada de fea...

Sin entender nada, seguí bailando, en la medida de lo posible, claro está, considerando el afán del susodicho en entregarme información que no me interesaba. Como que era artesano, y los primeros aros de plata que hizo se los regaló a la doncella que lo miraba, y que incluso ella los andaba trayendo puestos, y se tocaba la oreja para hacérselo saber. Comencé a sentir que me estaban envolviendo en una historia extraña de la cual no quería ser parte, y apenas pude escapé con la más antigua técnica: la sagrada ida al baño.

Al regreso se dio inicio a un incómodo juego del "corre que te pillo", por culpa del cual estuve mucho rato pendiente de su gruesa humanidad para evitar volver a topármelo. Fallé, porque al primer descuido me volvió a encontrar, y obligada a salir a la pista de nuevo.

Mientras bailaba lo más apartada que podía (incluso mentí diciendo que no sabía bailar merengue), de pronto sentí una mano en mi cabeza. Era una chiquilla, evidentemente arriba de la pelota, que insistía en hacerme dar vueltas como una pirinola. Ya que me evitaba la deshonra de estar todo el rato con el chico no apuesto, le seguí la corriente, y la integré al bailoteo. Hasta que me empezó a asustar su actitud excesivamente cariñosa hacia mí. Después de un par de canciones ya me decía que "le caía demasiado bien" e insistía en tomarme las manos. Pensé que Baghavan estaba atacado de la risa haciéndome la vida miserable. Más encima, el muchacho me preguntaba si había dejado de bailar con él hacía un rato porque estaba su ex polola (valor!!!). Apenas pude dejé a la chica amistosa con el galán peso pesado, y corrí nuevamente al baño.

Ya era tarde, y estaba a punto de rendirme a la evidencia. Mi sex appeal estaba en franca declinación. Jamás volvería a ser la misma Lily de antaño, que con sólo un par de miradas y sin hacer un movimiento lograba que el más guapo de los dioses griegos comiera de su mano. Esos tiempos ya no volverían. Debía declararme en retirada, y dar el paso a las nuevas generaciones. Sumida en estas profundas cavilaciones salí del baño, y miré la pista por última vez, pensando si habría alguna oportunidad de revertir el desastre navideño. En eso veo a mi pesadilla acercándose, y sin pensar me di vuelta, y le pregunté al primer chico que vi la hora. "No tengo hora, pero si quieres bailamos". Me cayó bien, y gustosa acepté el convite. A medida que bailábamos lo fui mirando bien, y era bien atractivo el muchacho. Y simpático. El bálsamo para aplacar mi cólera.

Finalmente vi que las divinidades habían decidido dejar de burlarse a mi costa, y pude suspirar aliviada. Todo volvía a la normalidad. Si hasta se dieron maña de encontrarme linda! Por lo visto todo había sido una jugarreta, nada más, y sólo mi actitud zen permitió que el desenlace no fuera deprimente. Mal que mal, por huir del gordito terminé mi navidad como corresponde. Aún tenemos patria, ciudadanos!

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