jueves, 6 de diciembre de 2007

Lo que hacen los padres por los hijos

Ya estoy patudamente instalada en casa de mis padres. Llené un camión con todo mi mundo, y me vine, dejando atrás mi departamento hermoso, y confiando en que el destino me deparará cosas interesantes.

Estuve tan ajetreada que no tuve un minuto para pararme a pensar en la trascendencia del paso que daba. Fue todo el día un eterno correr; si hasta acompañé a una prima a dar su examen de conducción. Pobre, la rechazaron. Terminé consolándola diciéndole que tal vez el destino la está protegiendo de algo...

Y aquí me encuentro, gozando de la hospitalidad de mis padres, como en unas pequeñas vacaciones aunque no deje de trabajar. Serán pocos días; espero dentro de poco tomar el rumbo definitivo hacia mi Pichilemu del alma, y dejar atrás esta ciudad angustiante, con sus penas añejas y pasadas de moda.

Me esperan el aire libre, mi bika, una casita de ensueño en el cerro, y muchos menores de edad extranjeros para mirar mientras hacen acrobacias sobre una tabla.

Claro que Gatoku destiñó; se las dio de grande, y terminó muy instalado en el patio de la casa de atrás. Primero lo vi y pensé que dominaba la situación, pero después de mi ducha nocturna lo encontré donde mismo, y comprendí que no. El pobre estaba varado. Allá tuve que partir como en mis años mozos, saltando la pandereta para rescatar a mi hijo extraviado. Igual que hace mucho tiempo, cuando Pitusa estaba herida y se lamentaba con su pata coja en el mismo lugar. Claro que ella estaba contusa, éste no. Ahí se notan las diferencias entre géneros. Macho tenía que ser el pobre.

Ahora me adormece el sonido lejano de los autos que corren por la calle. Tan diferente a mi vida en La Florida, con silencio absoluto en la noche. Acá es bullicioso, pero ayer estaba tan cansada que dormí como una marmota. Ni al gato eché de menos.

Así son los padres, que dan todo por el bienestar de sus hijos. Que aceptan que uno le llene la casa de cachivaches, con tal de saber que estamos tranquilos y enmendando el rumbo. Que se encargan de hacernos comer hasta que reventemos, a fin de recuperar los kilos perdidos en meses de sonambulismo. Y hasta que saltan por los patios ajenos con tal de rescatar a su retoño extraviado. Qué le haremos!

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