lunes, 19 de noviembre de 2007

Liliums, calas y girasoles.


No es un tema menor. Hay flores y flores que a una le gustan, y otras que no. Nada que hacerle.

Me encantan los liliums. Me gustan porque son grandes, avasalladores, intensos, como un espíritu contenido que en algún momento libera toda su energía. Ver un lilium abierto es como una invitación a vaciar el espíritu de toda carga, y simplemente brillar.

También me gustan las calas. Son simples, elegantes, distinguidas. Sólo una hoja, de firme textura, y un gran pistilo en el medio. Estoicas, surgen en cualquier lugar sin pedirle permiso a nadie. Sólo emergen, orgullosas de su radiante aura.

Y los girasoles. Qué flores más maravillosas! Enormes, amarillísimas, como una eterna risa que se mueve al compás de una música cálida. Son tan luminosos, tan alegres, que son capaces de hacerme cambiar la cara hasta en el día más amargo.

Todas las otras flores son bellas, pero éstas son las que más me gustan. Será por eso que las tengo repartidas por toda mi casa?

Cuando fui en octubre a la ruka estaba literalmente plagada de calas enormes. Por donde caminara alrededor de la casa las veía. Mi madre cortó varias y se las trajo para llevar a la tumba de mi abuela. Eran las calas más golosas que he visto en mi vida.

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