viernes, 16 de noviembre de 2007

Y dónde quedó la emoción?

Ayer me di cuenta que mi vida en estos momentos carece de emoción. Que mi viaje tomó la ruta de una larga carretera lisa y con paisaje de desierto a ambos lados. Que el andar es cómodo, con curvas amplias y sin giros imprevistos. Sin hombres trabajando en el camino.

De esto tomé conciencia anoche, cuando con mi amiga Paz no teníamos nada que contarnos de emocionante. Nada. Y eso que ayer fue un día estupendo.

De partida, despertar de un sueño profundo por un llamado, y raudamente bajar para que te pasen un auto! Con lo que echaba de menos manejar! Me tomé a pecho el préstamo, y le saqué casi el doble de kilometraje al vehículo. El único detalle es que era automático... si hubiera tenido una palanca de cambios para mi mano derecha, y un pedal de embrague para mi pie izquierdo (que se aburrió de no hacer nada) mi felicidad habría sido completa.

Y trabajé... por todos lados, haciendo despliegue de mi sonrisa pep (favorecida por el estupendo trabajo de mi dentista guapo), consiguiendo que me pasen todas las muestras del mundo sin dejar ni un sólo cheque en garantía. Y cumplí con todas mis obligaciones. Y hasta me di el lujo de ir a buscar a la dueña del carro a la puerta de su oficina, ahorrándole una incómoda vuelta a casa rodeada por los aromas del metro de Santiago.

Eso fue todo. Una estupenda jornada. Toda la pega bien hecha (la del día). Llegar a casa cansada pero satisfecha. Y no tener nada de qué reirme para callado.

Se está volviendo ñoña mi vida? Es cierto que de acuerdo a las enseñanzas del Zen iría bien encaminada (disfrutar las cosas simples, hacer que cada acción, por cotidiana que sea, se haga de buen ánimo y darle un toque sagrado a lo más cotidiano), pero me está asustando tanta tranquilidad.

No sería nada si esta pausa fuera un oasis para mi atribulada existencia (y se agradece, después de haberlo pasado malito malito todo el período entre abril y octubre), pero mi turbulencia interior me pide como alimento un poquito de emociones.

Ahora todo me da lo mismo. No quiero salir, no quiero celebrar mi cumple (es decir, sí quiero, obvio, pero no organizaré nada. Me angustia tener que andar persiguiendo a los invitados para que cumplan y aparezcan), no quiero enredarme en pasiones sin sentido. Sólo seré feliz cuando ponga mi firma en un documento que me libere de esta cárcel llamada leasing, reciba mis lucas, me compre la camioneta (ahora quiero una Montana), y agarre mi gato y mis pilchas y me vaya a la punta del cerro.

Hace unos días un ejecutivo de una empresa cliente, que no se caracteriza precisamente por ser el alma de la fiesta, me dijo que me estaba arranando. Casi le solté un garabato (shi, vos q te creís), pero sólo sonreí. Eso me dio susto. Que ese señor me haya encontrado poco entretenida lo considero preocupante.

Bueno, veremos si algo sucede de aquí al otro fin de que me remueva un poco el piso. Sería medio penoso tener que irme a la Berenjena a buscar dioses griegos en la multitud, a ver si se pone interesante la cosa.

2 comentarios:

Pazchina dijo...

Shhhiii menos mal po', te cayo la teja jajaja. La vida no se va a poner entretenida por que quieras no más, asi como para todo las cosas no te llegan a la puerta guachini. Asi que a moverse no más querida, tu cumpleaños es la excusa perfecta,o no?

Lilian Flores Guerra dijo...

Mmm... amiga, siento contradecirte. Hay un dicho muy sabio: "cuando dios te quiere dar, a la casa te lo va a dejar".
Y dele con mi cumpleaños... dejemos que pase el trance y salgamos a bailar sin destino ni propósito. No quiero expectativas, aunque sé que estaré con la cara larga, de lo puro pava que soy.