jueves, 18 de octubre de 2007

Dejé la espera y las horas muertas.

Dejé la espera y las horas muertas en un cajón, escondidas de mi vista, para no recordarte, para no maldecirte en silencio y caer lentamente en otro abismo.

Y mis manos dejarán de llamarte, mis dedos seguirán siendo sutiles pero ya no extrañarán tocar tus labios.

Y mis piedras, del color de los rios profundos, serán más claras, sedientas de viento y un horizonte trazado por líneas lejanas.

Porque estaré lejos, con el alma en cada palabra, con la dicha de saberme serena, con los pies hundidos en la arena, susurrando misterios, abrazando caracoles, expandiéndome en un conjuro de nubes y bosques, olvidando tu rostro, tu voz y hasta tus ojos transparentes.

Porque naceré del vientre de las rocas, y mis nuevos vestidos brillarán con un fulgor de magia y noches serenas.

Porque sabré que ya de mí te has ido, y mi aliento no invocará más tu nombre.

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