jueves, 25 de octubre de 2007

Por qué existen los jueves?

No me gustan los jueves. Siempre, desde que tengo memoria, ha sido el peor día de la semana. Cualquier cosa negativa, problema, contrariedad, disgusto, que una tuviera que pasar, sucedía un jueves.

Esta mañana Gatoku tuvo deseos de jugar a eso de las 5 am, y por ende, no encontró nada más gracioso que despertarme con sus maullidos para hacérmelo saber. Entre vuelta y vuelta, cerrando la puerta, escuchando el matutino movimiento del vecindario, me dieron las 6.45. Bastó que pensara en levantarme y poner fin a ese matinal tormento, para quedarme dormida y pasar de largo hasta las 9.20. El único problema es que a las 11.00 debía estar en Las Condes para una reunión. Y yo mareada, sin poder moverme!

Cuando finalmente me metí a la ducha, hice mis deberes y logré salir de la casa, iba con 15 minutos de retraso, situación de por si estresante cuando te ha costado un mundo encontrar al ejecutivo y fijar la entrevista.

Metro de Santiago. Lo que antes era una maravilla, ahora se ha vuelto una incomodidad. Son tan escasos los asientos que encontrar uno amerita una lucha sin tregua para apoderarse de él. Como hoy es jueves no encontré ninguno, así que asumí que aún soy joven y me aferré a un pasamanos. Estaba en eso cuando el ejecutivo en cuestión me llama, pidiéndome que posterguemos la reunión para el lunes, ya que esta mañana lo habían comprometido en unas gestiones y no podría atenderme como merezco. Tomé aire, sonreí con la mejor de mis intenciones, y me dispuse con calma a enterar los trámites bancarios que haría después de la reunión.

Nuevamente suena el teléfono, y esta vez era la respuesta a mi gran interrogante de los últimos días. Negativo. Mis mejores deseos, que tengas suerte. Inmediatamente llamé a mi amiga de El Mercurio para que confirmara el aviso en los clasificados (el mismo que debió salir hace dos semanas y por esos misterios de la vida siempre hay una excusa para no publicarlo).

Tomé aire, pensé que todo pasa por algo, y me dispuse a bajar del metro en Tobalaba, Estación Terminal, donde todos los pasajeros deben descender. Insospechadamente la puerta se cerró mientras desalojábamos, golpeándome con dureza en el brazo izquierdo (tengo ahora hinchado y con hematomas) y dejándome atrapada en el carro por unos instantes. Ya a estas alturas me parecía insólito que mi día jueves fuera tan cargado a la negatividad, y no quise perder tiempo convirtiéndome en una más de los querellantes contra el Transantiago.

Menos mal que en el banco me fue bien! Hice todas las gestiones, estuve mucho tiempo, lo que me retrasó para mi siguiente reunión, en la Clínica Alemana. Nuevo llamado, avisando que compromisos posteriores dejarían mi cita para otra oportunidad.

Aproveché de pasar al Hotel Radisson a saludar a unos ejecutivos argentinos que se encontraban en un evento, pero la hora de finalización no llegaba nunca, y me aburrí de esperar. Me fui a mi otro banco a solucionar un inconveniente con mi Redbanc, lo cual no pude hacer porque mi ejecutiva estaba ocupada con uno de esos clientes eternos que no la sueltan nunca. Decidí irme, y mascullando mi rabia por el día tan poco productivo, me dirigí a la penúltima reunión del día, decidida a volver a mi casa lo más rápido posible y meterme a la cama, a fin de que esta jornada infernal terminara pronto.

Siempre han sido malos los jueves, pero esta vez fue demasiado. Si hasta morada y adolorida estoy! Necesito con suma urgencia que mis gestiones lleguen a feliz término, para poner fin a mi vida de peatona y volver a surcar las calles manejando mi autoku.

Espero que esta noche Gatoku se porte como un animal decente y me deje dormir, si no, terminaré arrojándolo por el balcón.

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