Hubo un día en que la luz del sol era bendita e inmaculada; con su tibieza rodeaba mis brazos de una dulce aura, y me invitaba a caminar por senderos inexplorados.
Hubo una noche en que el rumor de las olas adormeció mis temores, en que mi sonrisa era de fuego, y que un presentimiento dio tregua a mi tristeza legendaria.
Hubo una mañana en que desperté acunada en un pecho cálido, en que dedos sutiles acariciaban mis cabellos, en que mi cuerpo creyó abrirse a un mundo nuevo de esperanzas y sentimientos.
En memoria de ese día, de esa noche y de esa mañana tengo escritos mil versos, con verdades infinitas y anhelos inconclusos, dedicadas a cada uno se los sueños que fueron muriendo en el ocaso y el olvido.
martes, 25 de septiembre de 2007
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