miércoles, 5 de septiembre de 2007

Los muros.


A veces, cuando veo una película, me fijo en los objetos que están detrás o a los lados de la persona que es enfocada. Los posters en la pieza del adolescente; las flores en la mesa de una mujer sola. Las fotos en las paredes. Las miro y pienso si habrá un motivo para que estén ahí, alguna razón específica. Si son sólo parte de un intento del encargado de la decoración (nunca he sabido bien qué profesional hace eso) por dar pistas sobre la personalidad del sujeto, si son una manera de generar más empatía con el espectador. Si sólo refleja los gustos del decorador. Si lo rescataron de la pieza de los cachureos.

Por ejemplo, en “Rock Star” el protagonista tenía un poster de Metallica entre todos los de grupos Glam a los que se supone rendía culto. Pero la historia era ambientada en el año 84. Es decir, cuando recién este grupo metía un poco de bulla. Contradíganme los eruditos, pero no me cuadra.

Mi antigua pieza en la casa de mis papás estaba tapizada de posters metaleros, tantos, que me llegaba a dar susto. También habían afiches de conciertos, sobre todo de algunos que organicé yo. Entre tanta violencia, un autoadhesivo del gato Silvestre hablando con su hijo. También tuve por años una bandera chilena. Todo eso lo heredó mi hermano.

Serán nuestros muros representativos de lo que somos? Si es así, qué representarán de mí los múltiples arañazos y trozos menos de papel producto de las manicures de Gatoku?

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