jueves, 6 de septiembre de 2007

Sí, esta noche me caí a la poesía.

Recostada sobre mis almohadones, junto a la compañía fiel de un gato dormido, respiraba y sentía correr la sangre por mis venas. Lentamente. Pensaba en cuándo había sido la última vez que un suspiro de éxtasis se había escapado de mis labios entreabiertos...

En eso recordé a Gustavo Adolfo Becquer. Estaba enamorada de él como a los 15 años. No sé si de él propiamente, pero su poesía es la única que hasta ahora me ha llegado al alma. Tiene razón tal vez mi editor cuando me dice que soy una "romántica". Puede ser que mi concepto del amor esté fundado las rimas de pasiones contenidas del siglo XIX, y que eso me haga ser un personaje anacrónico para estos tiempos.

Como cada noche esperé la cita ansiada con mi inspiración, pero avanzó la hora y ella nunca llegó. Será que todo sentimiento expresado se vuelve vano comparado con Becquer y su obra? O será que el tiempo, el desgaste y la ausencia están matando en mi corazón los latidos que hasta hace unos días repiqueteaban en mi interior?

No sé cómo siente un hombre que ama. No sé si llegaré a saberlo. Y creo que ya no quiero angustiarme por eso. Pero al leer estas líneas pienso en otras, que alguna vez soñé que fueran dirigidas a mi persona, y siento que mi pecho se expande como si en él otro espíritu se anidara.

Cuando en la noche te envuelven

las alas de tul del sueño

y tus tendidas pestañas

semejan arcos de ébano,

por escuchar los latidos

de tu corazón inquieto

y reclinar tu dormida

cabeza sobre mi pecho,

¡diera, alma mía,

cuanto poseo,

la luz, el aire

y el pensamiento!

Cuando se clavan tus ojos

en un invisible objeto

y tus labios ilumina

de una sonrisa el reflejo,

por leer sobre tu frente

el callado pensamiento

que pasa como la nube

del mar sobre el ancho espejo,

¡diera, alma mía,

cuanto deseo,

la fama, el oro,

la gloria, el genio!

Cuando enmudece tu lengua

y se apresura tu aliento,

y tus mejillas se encienden

y entornas tus ojos negros,

por ver entre sus pestañas

brillar con húmedo fuego

la ardiente chispa que brota

del volcán de los deseos,

diera, alma mía,

por cuanto espero,

la fe, el espíritu,

la tierra, el cielo.

Sentirá así un hombre que ama? O serán sólo palabras dulces para aflojar la resistencia de una mujer renuente a abrir su corazón?

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