lunes, 3 de septiembre de 2007

Mándale mi amor...

Estaba cansada. Manejaba el auto como una autómata, sin destino fijo, sin ánimos para volver a mi casa. Me preguntaba por qué mi manía de insistir en sacar a flote una relación que se precipitaba cuesta abajo; sería la costumbre, la tranquilidad de tener cada mañana un motivo por el cual ponerse de pie?

Hacía tiempo que no sentía latir mi corazón. Todo se había vuelto una maraña de responsabilidades, ambiciones; trabajar duro para asegurar un bienestar material, seguir trabajando para costear un estilo de vida, soportar las deudas, las mías y las de él, porque yo había tenido suerte, yo había tenido estudios. Yo podía cargar con ese peso.

Pero añoraba la magia, aquella que me envolvía años atrás y me hacía volar con sueños e imágenes nuevas, descubriendo en cada paso una obra maestra para capturar, contemplando la belleza del rocío que cae desde una hoja temblorosa...

Tuve que frenar bruscamente. En principio fue una sombra, y mis sentidos, más alertas que mi mente, actuaron como reflejo ante un peatón imprudente. Luego pude constatar que era yo la que estaba pasándome una luz roja.

Avergonzada por mi descuido, bajé el vidrio para pedir disculpas al transeúnte, y me quedé pasmada. Con una sonrisa traviesa, y esa típica lucecita juguetona saltando de un ojo a otro, Ignacio, el mismo de mi pasado, me miraba y esperaba mis disculpas.

Cinco años atrás, en una madrugada de primavera, salí corriendo de su casa. Era como una especie de intoxicación la que me producía con su actitud desfachatada, su simpleza para ver la vida. Sabía que me quería, que había pasado a ser para él una especie de "amor platónico", ya que yo estaba empeñada en hacerme adorar por otro hombre. Pero no pude amarlo. Algo me lo impedía; no sé si su fácil entrega, o el dolor que temía causarle por mis constantes conflictos. O la escasa certeza de que si yo daba un paso adelante él haría lo mismo, cortaría sus ataduras, y se iría conmigo. Lo había herido, y desde entonces no lo había visto.

Fuimos en mi auto a un café cercano a su casa. Me pareció que era lo mínimo que podía hacer después de haberlo casi atropellado, y además, en un rinconcito de mi corazón, me halagaba volver a verlo. Me contó de sus viajes, de las mil y una aventuras que había vivido después de la última vez que nos vimos. De los amores inconclusos, las historias nunca bien terminadas, y de la mujer que en esos momentos ocupaba su alma.

- Nunca pude querer a nadie como te quise a ti.

Me pregunté al mirarlo qué habría pasado si en vez de seguir empeñada en una relación que ahora se iba a pique hubiera optado por él. Habría sido más feliz? Me habría sentido más linda, más tomada en cuenta, más respetada como ser humano y artista?

En eso se fue por un momento, y luego volvió. Inmersa en mis pensamientos no me preocupé de lo que hacía, pero al escuchar la música me di cuenta. Había puesto un disco de Journey, y sonaba "Send her my love".

- Mira, esta canción es preciosa. Cuando la escuchaba me acordaba de ti, pensaba dónde estarías, y te enviaba todo mi amor.

Encontré un poco cursi la escena, pero no quise aguar el momento. Ya suficiente había tenido con las peleas de las últimas semanas como para despreciar un poco de cariño. Mal que mal, siempre que las cosas se ponían feas me acordaba de él, y me desquitaba ligeramente pensando que había alguien en el mundo que sí me quería de verdad.

No supe en qué momento estaba en sus brazos. Hacía tanto que no temblaba con una caricia, que no sentía un beso quemándome la boca, que pensé que estaba alucinando. Cuando me di cuenta ya estábamos en el auto, enloquecidos, haciendo lo que cinco años atrás no me había atrevido.

Volví a mi casa en silencio. No pude poner la radio. También estaba apagado mi celular, en previsión de posibles llamadas que sabía que no llegarían. Gonzalo estaba acostumbrado a que yo lo llamara cada noche, así que lo más probable era que se hubiera dormido sin extrañarse por mi silencio, y sin molestarse en averiguar mi paradero.

En el camino pensé en lo que había sucedido, en las caricias febriles, en la pasión desatada que de pronto se había apoderado de mi cuerpo. En las promesas de un futuro libre de pesadillas. Comprendí que no había vuelta atrás, que ya no podía seguir mintiéndome ni a mí ni a Gonzalo. Ya no lo quería, y no podía seguir con él.

Al día siguiente me vestí sintiendo que iba al cadalso. Respiré y me miré en el espejo. "Estás segura?" me preguntaba, y escudriñaba el fondo de mis pupilas para descubrir algún indicio de duda. "Sí, lo estoy".

- Te admiro, nunca voy a dejar de asombrarme con tu frialdad. Gonzalo no podía creer que le estaba pidiendo que me dejara libre. - Hay otro hombre?
- No, respondí, y sentí que no estaba mintiendo. No era por Ignacio que yo lo estaba dejando. Era por mí, por mi propio cansancio, por las promesas nunca cumplidas, por el tiempo que se alargaba y no nos llevaba a ninguna parte.

Se enojó, golpeó el auto. Me rogó que lo pensara bien. Que eran cinco años, cómo los iba a tirar por la borda? No cedí. No quería seguir a su lado, y menos después de haberme entregado con tanto afán a otras manos.

Me fui conteniendo las lágrimas. En mi casa pude llorar por la pena que le causaba a Gonzalo, por los años de amor a medias, por las ilusiones truncas. Pero me sentí aliviada. Sentí que la sangre estaba corriendo otra vez por mis venas, que podía salir el sol en mis amaneceres. Que podía volver a sentir que me querían sin tener que hacer algo para merecerlo.

En la noche llamé a Ignacio. Me sentía sola y comenzaba a dudar de lo que había hecho. Vino a acompañarme, y me aseguró que él también había roto su compromiso. Dormimos abrazados. Al día siguiente comenzaría una nueva vida para los dos.

Al despertar, encontré mi cama vacía, y una nota junto al teléfono.

"Perdona, pero no podemos dejarnos llevar por falsas ilusiones. Creo que es mejor quedarme solo, para pensar bien las cosas y no hacerte daño. Espero que encuentres tu felicidad".

Pensé si habría sido todo una maniobra de venganza. O si simplemente era un niño pequeño huyendo de algo que le daba miedo. Sonreí con amargura al pensar en las promesas, las fáciles palabras que escapaban de su boca la noche recién pasada. Cómo se puede mentir tan descaradamente, sin una pizca de vergüenza?

Abrí las cortinas, y dejé entrar el sol en mi pieza. Respiré, y pensé que ahora sí que se iniciaba una nueva vida para mí.






No hay comentarios.: