martes, 26 de junio de 2007

Quisiera no estar aquí...


Tengo una adicción y es difícil de vencer. Cómo adoro el mar! Pero ese trozo de azul paraíso que veo desde la puerta de mi casa en Pichilemu. No otro, ése. Con sus olas bravas, con el viento que hace doler las orejas, con el sabor ligeramente picante de su brisa salada.
Quisiera cerrar los ojos y no estar aquí, en este foco de infecciones. Amo mi casa y sus vacíos rincones, pero este encierro me está asfixiando, y sólo veo un lugar donde ir sin sentir que estoy incomodando.


Cómo me gustaría caminar por esa orilla, tentando a la suerte de que alguna ola rebelde me eche en cara su espumosa alegría y arrastre mis zapatos con su fuerza. Andar, sin horas ni rumbos fijos, desde el barco de concreto hasta la subida que lleva a mi casa, sorteando las ocasionales rocas que emergen como figuras espectrales.

Y llegar... llegar sin prisas hasta La Puntilla, para ver a la distancia a los dioses griegos que hacen piruetas y juegan a dominar las aguas... poniendo sus vidas en jaque, por segundos, sin temor a nada, sin deudas, sin responsabilidades, sin compromisos. Sólo ellos, el viento, la ola. Y el silencio...

Mi bika... por dios que olvidada está, en esa bodega, esperando el minuto en que decida arriesgarme y salir a recorrer el mundo en ella. Con ella llegaba desde el mirador de Infiernillo, el último rincón perdido de la Costanera, hasta el inicio de la Playa Principal, subiendo a duras penas, asustándome con la velocidad de las cuestas... temiendo perder el control pero a la vez riendo por la rapidez con que iba dejando al mundo detrás de mí.

Quisiera estar ahora en Infiernillo, mirando hacia el oeste, viendo cómo las rocas pulverizan el paso del agua, escogiendo el rincón exacto donde quiero que arrojen mis restos. Pero prometiendo una y otra vez que serán cenizas y no otra cosa las que caerán en esas latitudes.

Quiero caminar por sus calles tranquilas sin estrés ni angustias. Comprar verduras en el almacén de la esquina, reirme de los rostros sonrojados de los lugareños, constatar que existe vida lejos de la ciudad, que puedo ausentarme un rato y no se caerá un edificio ni derrocarán gobiernos.

Este verano no vi ninguna puesta de sol. Estuve muchas horas, paseando, riéndome, bebiendo, conociendo gente diferente, pero no estuve en ningún momento frente al astro rey despidiéndose del día. Tal vez me faltó su fuerza.

Quisiera cerrar los ojos y estar ahí...



2 comentarios:

Pazchina dijo...

Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm, yo también quiero...

Lilian Flores Guerra dijo...

Qué se hace en estos casos? Porque no veo ningún carruaje con briosos corceles en mi puerta jugando a rescatar a la princesa...