Anoche me miré en un espejo. Del baúl de mis despojos escaparon secretos, verdades vergonzosas que envolvían con un manto fúnebre recuerdos y ansiedades. Condenas pueriles, que invocadas me aterraran con su presencia, de pronto, a la luz de una frágil llama, se desvanecieron en el silencio.
Anoche desnudé un capítulo amargo, entre lágrimas y frases a medias. Miré en el fondo de mis pupilas, y esa pálida imagen me devolvió una esperanza. Entre la niebla, entre jirones de sueños perdidos, una nueva faz me entregó una sonrisa, y me prendí de ella con una súbita fe renacida.
Y al volver el aliento a mis mejillas ya mi pecho no se hundió. Otra oscura piedra había sido quitada de mi ruta, y las caras retorcidas de los demonios no tuvieron la misma expresión de burla.
Anoche me sumergí en aguas mansas, y el cristal de la superficie mostró una imagen ondulante, casi coqueta, sin disfraces. Brillante en su marea, plateada bajo los astros.
Anoche mis labios se entreabrieron, y mis párpados cayeron rendidos. Una paz desconocida recorrió mi rostro, y encontré calor en mi propio vientre, con las manos blancas, aliviadas de su carga.
Anoche... un guerrero recogió mi cuerpo malherido y lo llevó en andas hasta el borde del camino.
Amanda Cabot.
Julio 19 de 2007.-
Y el espejo mostró una nueva silueta a la luz del amanecer.
jueves, 19 de julio de 2007
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