domingo, 1 de julio de 2007

Cosas pequeñas (y no tanto) que me hacen feliz

Después de mi despliegue de furia hace un par de días, me quedé pensando en aquellas pequeñas cosas que me hacen feliz. O que me aportan un instante de dicha. O similar. No sé, el caso es que decidí que una buena instancia es tal vez concentrarme en lo bueno, en el placer y la alegría, en vez de transformar mi existencia en un encadenamiento sin fin de oscuros designios.


El chocolate bitter. No todo el chocolate, sólo el bitter, con ese sabor amargo y nada empalagoso. Podría eternizar un momento glorioso con sentir ese sabor pesado y cálido en mis labios.

Tejer. Ahora que descubrí que puedo mover los dedos, se está transformando en un vicio. Aún estoy concentrada en la creación de una bella prenda, cuando ya pienso en cuál será el siguiente paso. Y considero un deber moral proveerme de los materiales y texturas necesarios, para asegurar que todo momento de calma sea aprovechado en mis manos. Qué felicidad!

Comer mariscos. Uy, qué cosa más rica! Con harto limón, unas almejitas, unos choritos... más aún cuando el único esfuerzo que debo hacer es llevarme la cuchara a la boca. Nada de cocinar!

La ropa linda. No sé si mi gusto sea precisamente universal, pero lo más agradable de la existencia es armar las combinaciones y salir a la calle vestida como una princesa, encarnando al personaje de turno, sintiendo que el día (o la noche) tienen un brillo especial por el sólo hecho de ponerme bella.

Una buena película, con la apropiada compañía. O da lo mismo si la movie es mala, lo importante es poder reirse, emocionarse, comentar, dar vuelta, burlarse... lo que sea, motivada por la historia, por la actuación, por los lugares y las épocas.

La música que emociona. Da lo mismo si es rock (es como inevitable, pero no lo único) u otra variante, pero lo entretenido es descubrir que lo que escuchas te provoca una emoción, y motivada por ella tratar de entender la letra. No al revés.

El café de grano. No el nescafé de tarro, que me provoca serias molestias, si no un rico cortado o mokachino, ojalá acompañado de un sugerente pastel.

La torta merengue frambuesa (o su variante frutilla). Podría comerme una entera yo sola! Mi cumpleaños es en Noviembre 20... qué feliz sería si a manera de sorpresa alguien apareciera en mi casa con una de esas... uy! se ganaría mi amor por el resto de la eternidad.

Los libros largos. Me encanta enfrascarme en una historia y no ver casi el final... y bueno, comienzo a angustiarme cuando quedan pocas páginas.

Las botas, los bolsos. Lo siento, son un vicio. Esta es una variante del ítem Ropa Linda, pero merecen un capítulo especial, creo yo...

El aire fresco del atardecer. No importa la época, ni el lugar. Sólo esa sensación de una brisa suave, que comienza a enfriarse con la caída del sol. Ya sea en un día lluvioso, o en una brillante tarde de primavera. Es el aire el que cuenta.

Caminar al amanecer. Hace años que no lo disfruto! Ir descubriendo una y otra vez cómo sale el sol detrás de la cordillera, ocultarme a su paso, y renacer con sus rayos.

Sentir el viento y la lluvia golpeando en mi ventana, mientras me acunan y despierto con un beso tibio en mi frente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí me hace feliz chatear con algunas de mis tres sobrinas que están en el MSN y leer sus faltas de ortografía, el otro día Sofía me contestó algo que le pregunté con un OBIO en mayúscula. Memorable.
También me hace feliz recibir emails de gente que no espero contándome de su vida y preguntándome por la mía.
Lo otro son los libros. Y algo que me puede desarmar es que alguien me regale un libro, es un detalle demasiado importante para mí.
Me fascina llegar a un lugar, donde sea, y que la persona con la que te encuentras tenga una sonrisa. Por lo menos a mí me saca una automáticamente.
Y el otro día, para resumir ya que me estoy poniendo latera, vi algo que me dejó contenta y motivada. Estábamos almorzando con Ale E y en la mesa de al lado había una pareja de abuelos, solos, de la mano, muy cariñosos pero sin ser desubicados, disfrutando de su comida, mirándose cada tanto a los ojos y dedicándose miradas complices, llenas de recuerdos y cariños, de esas que sólo te dan los años, creo. Y me movió el piso. Fue de verdad "amor en el aire". Y me dejó contenta, pensando en que yo también puedo estar así cuando esté viejita.
Ah, soy Ingers, por si acaso.
Cuídate y juntémonos pronto.

Lilian Flores Guerra dijo...

Ingers, precisamente tu comentario es una de esas pequeñas cosas que me aportan felicidad. Hace rato que no sabía nada de ti, vez que chusmeo en tu blog me encuentro con tus mismos compañeros del master (y no hay ninguno guapo, así que no me motiva seguir mirándolos), y me alegra mucho que te hayas dado un tiempito de mirar por aquí.
Dale cariños a la Ale (dile que ya empezó el 2do semestre, por lo tanto quiero novedades), y sí, definitivamente eso que cuentas que viste de los abuelitos es una cosa pequeña en apariencia pero grande en esencia. Ojalá también algún día, cuando me cuelguen las arrugas, tenga a mi lado un viejito lindo a quien tomar la mano y sonreirle con amor (bueno, ojalá que el personaje aparezca luego, no que se tome la molestia de dejarme esperando hasta la tercera edad, jajaja).
Un beso y un abrazo.