miércoles, 25 de julio de 2007

Vestida de rojo espero un encuentro

Esta noche tengo una cita. Después de muchos meses encerrada en mi cuarto, mirando el mismo cuadro de flores que adorna el muro enfrente de mi cama, tengo un motivo para ponerme bella y salir a enfrentar el mundo.

Es extraño volver a tener contacto con las personas tras haber mediatizado todo vínculo a través de Internet. Ya se me está olvidando lo que es que te hagan cosquillas, sostener una mirada, o simplemente callar mientras otra persona habla.

No, aún no soy una ermitaña, pero mi relacionamiento con el mundo exterior pasa sólo por reuniones de trabajo y acuerdos comerciales. He bebido más café que el que mi cabeza tolera, he dejado mi auto en todos los estacionamientos disponibles del eje Providencia/Las Condes (incluyendo esos horrorosos que en sus estrechas bajadas muestran la evidencia del paso de camionetas demasiado grandes), he puesto mi sonrisa a disposición de numerosas recepcionistas y ejecutivos, pero hace tiempo, mucho tiempo, que no me reúno con un hombre al que no me interese sacarle un contrato.

Como un salvavidas a tanta soledad y aburrimiento, esta tarde me sorprendió un e-mail del Señor de Mis Tormentos. "Veamos una película? Después te invito a un café". Escueto, sin adornos ni levantarme el ego. Me miré al espejo, en busca de excusas para escudarme en el temor e inventar un compromiso inexistente. Qué bruta! Me moría de ganas de verlo, de escuchar su voz grave y hacerlo reír con mis estupideces, pero al mismo tiempo me paralizaba el terror, miedo de cometer una torpeza, de ser más fría o más demostrativa que lo adecuado, de decir la palabra incorrecta en el momento inoportuno, de callar más que de costumbre y aburrirlo con mi súbito silencio...

Después de revisar una por una las inexistentes arrugas alrededor de mis ojos, de registrar mi closet combinando unas 6 posibilidades distintas de ropa (accesorios incluidos), y de levantar mis manos por minutos, verificando que no temblaran más de lo que pudiera esconder, tomé aire y respondí el correo.

"Vamos. A las siete en el cine?".

Me paré del escritorio y fui a la cocina a verificar labores inútiles. Pensaba y repensaba en las miles de posibilidades de que mi salida se estropeara. "No va a ver el correo y no va a pasar nada". "A lo mejor se arrepiente". "Capaz que llegue con otra persona". Y superando las probabilidades de que el encuentro no se materializara, mis demonios personales me arrastraban al abismo con otras sugestivas imágenes. "Quizás tiene algo que decirme. Habrá vuelto con la ex?". "Quizás se va a trabajar a otra ciudad y no lo veré más".

Cuando mi cabeza se cansó de buscar elementos de tortura, decidí que simplemente el joven se había acordado de mi persona, y después de darme un buen tiempo para que ordenara el caos de mi mente y mi vida, volvía a aparecer, tanteando el terreno.

"Debe haberse dado cuenta de que no puede vivir sin mí", pensé, con una sonrisa diabólica y dominante, y al mismo tiempo que me llegaba su respuesta confirmando hora y lugar, traté de no pensar más en el asunto.

5 pm. Ya era momento de decidir en qué me convertiría. Si me daría un aire angelical con un suéter blanco. O si sería una femme fatale de ajustado vestido negro y tacos muy altos. Después de estar media hora sentada meditando, me incliné por un infartante vestido rojo hasta la rodilla, botas negras y abrigo de cuero negro. Maquillaje suave, quería verme bien pero sin sobreproducirme (además que no iba a una fiesta. Era una inocente ida al cine).

6 pm. Salí de la ducha, y me dispuse a elaborar mi performance. La imagen que me devolvió el espejo me dejó más que satisfecha. Revisé una y diez veces el contenido de mi cartera (no olvidar celular, pañuelos, documentos, todas las llaves, dulces de menta y la plata necesaria para cubrir mis costos y hasta imprevistos), le puse comida y leche al gato suficiente para dos días (una nunca sabe), y salí a enfrentar mi destino.

7.15 pm. Como toda una lady, llegué justo quince minutos tarde a mi cita (la idea es siempre que te estén esperando, y poder caminar los 100 metros hasta el lugar del encuentro sabiendo que sus ojos estarán fijos en mi persona), tomé aire profundo, y me bajé del auto.

"Que sea lo que dios quiera".

Mis pasos fueron rápidos pero no apurados, miré fingiendo no mirar en todas direcciones, y llegué al lugar pactado. Nada. Sólo un perro vagabundo, enrollado en sí mismo, tratando de dormir apegado al muro exterior. Miré la hora en mi celular. 7.20. No estaba equivocada.

Mala cosa. Ya se me clavó una mala espina en la yugular, y mientras ponía cara de distraída (no sé por qué siempre me angustia que las gentes que pasan por la calle crean que me dejaron esperando. Qué ridícula! Pero es cierto) se me vinieron a la cabeza todas las posibilidades.

"No sea cosa que..."

En eso sonó mi celular. No alcancé a contestar, y el número era desconocido. Uy, qué rabia. Me juré a mí misma que no esperaría más de 5 minutos en esas condiciones (sólo una tiene el privilegio de llegar tarde a cualquier parte sin recibir reclamos), y vuelve a sonar mi teléfono, pero esta vez con un mensaje de texto.

"Sorry, se me complicó. Lo dejamos para otro día?".

Sentí que el pinchazo ya no atacaba mis venas sino mis sienes. Algo me decía que no iba a resultar...

Mentalicé la magnitud de la afrenta. Me vi a mí misma parada en la calle, rabiosamente bella, y plantada en mi primera salida post claustro.

Tomé el celular, y ante la eventual posibilidad de una súbita crisis de perdón, eliminé el número del personaje, tomé aire, y entré al cine, sola, a ver la película.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó. Quiero que siga la historia.
Úrsula

Lilian Flores Guerra dijo...

Jaja. Veremos si sigue... tienen que pasar cosas en la existencia para tener material al que aferrarme...