martes, 24 de julio de 2007

Lo que el espejo me devuelve...

Hace unos días desperté tras pocas horas de sueño, me miré al espejo, y decidí volver a ser una triunfadora. Qué importaban las ojeras! Un toque ligero de maquillaje, lo suficiente para no tener la cara deslavada, y la compañía fiel de mi vestuario teatro-empresarial.

Sentada al volante, pensé en la cantidad de días que no me atrevía a cruzar Santiago a bordo de mi propio auto. Los neurotransmisores estaban en off, pero dicen que ahora se conectaron, así que a enfrentar el mundo se ha dicho, y partí, feliz, dueña de mi destino y con la carretera convertida en mi pista de baile.

Primer descuido, y pasé de largo por donde debía virar. Qué importa! A lo mejor en la otra ruta me esperaba un choque, un taco o una experiencia de esas olvidables. Decidí que ningún traspié me alejaría de mi objetivo diario de conquistar el planeta, y seguí por el camino largo hasta mi reunión de la mañana.

Estacionamiento completo. Definitivamente mi meta por mantener el espíritu en alto se ponía cuesta arriba.

- ¿Sabe dónde encuentro otro estacionamiento por acá cerca?

Ni idea tenía el hombrecito dispuesto por la administración sólo para bloquearme el paso. ¿Cómo es posible que a ese bípedo (no tengo otro adjetivo) no se le ocurriera que a la gente como yo, que va apurada al hotel porque tiene importantes reuniones de negocios, le sería más agradable la existencia si contara con esa información? Nada, enfrenta tranquilamente su vida sumido en su ignorancia, y peor aún, creyendo que lo hace regio. Bien por él. No me quedó más que darme la vuelta del perro, y encontrar en una calle lo que el World Trade Center me negó.

"Mejor, más barato. Puedo tomarme un café sin pensar en el parquímetro corriendo".

Entré por el vestíbulo como si fuese una pasarela, empinada en mis botas rojas, radiante con la seguridad del que sabe que lo esperan. "Buenos días", me decían, amables, los trabajadores del hotel. Y en el comedor principal, mi presa del día.

- ¿Cómo andás?
- ...
- Bien, por suerte.

En pocas ocasiones el acento porteño me cae en gracia, y ésta era una de esas escasas oportunidades. Me senté a tomar desayuno envuelta en mi halo de confianza, y tras el consabido café cortado (mi estómago no tolera otro) ya estaba hablando de las áreas de servicios que acabábamos de implementar.

- Mirá que interesante. En Buenos Aires subcontratamos las comunicaciones, y acá queríamos hacer lo mismo. No me imaginaba que vos hacías ese trabajo. Bárbaro!

Sentí que San Expedito u otro religioso de alcurnia me estaba echando una mano. Sin darme cuenta, haciendo gala sólo de mi don de labia, acababa de abrir una nueva posibilidad de contrato. Y lo mejor de todo, sin buscarla.

Salí del hotel con una sonrisa renovada en mi cara. Las flores del puesto de la esquina estaban más coloridas que nunca, las gentes se abrían a medida que caminaba entre la multitud. El aire frío y contaminado no bloqueaba mis pulmones.

El banco, vacío. Mi ejecutiva desocupada. Mi trámite, realizado. El préstamo cursado, y mi situación financiera al día. Más satisfacción de la que podía soportar en una mañana.

Me fui a buscar el auto flotando entre los semáforos.

"Son 1800 pesos, pero le marqué mucho después que usted se fue, si no, le habrían salido como dos lucas y media", me explicaba, coqueto, el controlador municipal. Le cancelé con toda la gentileza de mi alegría descarada, y me embarqué rumbo a mi nuevo destino.

... (continuará)

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