jueves, 9 de agosto de 2007

Era una linda flor.


El regreso había sido horroroso. No calculé bien la hora, y salí de mis compras justo en el peak, así que me vine rengueando en 50 minutos el trayecto que habitualmente hago en 20.

Al llegar, saludé con una sonrisa al conserje mientras se abría con una velocidad desesperante el portón. Imaginé que cuando me viera con las manos llenas de bolsas y paquetes no hallaría nada mejor que perseguirme con la frase habitual: "señorita, retiró su diario?". Es como una obsesión que tienen en este condominio, una especie de confabulación de los guardias para asegurarse de que lea las noticias del día aunque sean las 8 de la noche.

El gato me miraba desde el balcón. Fue cosa de verme bajar del auto y comenzar a gritar como si lo hubiese dejado sin comer una semana. "Cállate, pesado", le decía entre dientes, imaginando que todos los integrantes de la comunidad estarían ya pensando en las medidas que tomarían para alejar a este animal a raíz de tanta alaraca.

Las luces del departamento estaban encendidas, señal inequívoca de que mi madre había llegado. Como le preocupa que estoy bajo mi peso habitual, se encarga una vez por semana de venir a cuidar de mí, trayéndome comida y noticias familiares. Estoy más enterada de mi parentela que cuando vivía con ella...

Dicho y hecho. Intenté hacer equilibrio con las carpetas, el bolso y los paquetes del supermercado, cuando el conserje acudió con mi diario en la mano.

- Señorita, le trajeron un encargo bien bonito hoy día.

- En serio?

- Sí, su mamá lo recibió.

Mientras intentaba meter el periódico en una de las bolsas, lo miré con cara de pregunta, para que me dijera de qué se trataba aquello que ameritara el adjetivo de "bonito". Se hizo el leso, y partió muy campante de vuelta a su oficina.

"Bonito, bonito. Debe ser un regalo, a lo mejor unas flores. Sí, eso, unas flores", pensé astutamente mientras intentaba comenzar a subir los cuatro pisos por las escaleras. "Ya, y poniéndonos en el caso de que sean flores, quién me las mandaría?".

Ahí empezaron los problemas. No estaba saliendo con nadie. Más bien, comenzaban a surgir telarañas en mis rincones. Hacía mucho rato que no tenía una cita, ni siquiera un encuentro casual. Mi última salida había sido un fiasco (me dejaron plantada en la puerta del cine), situación que ameritó que borrara al Señor de mis Tormentos de la memoria del celular, del messenger y de cuanta opción tuviera para ceder al impulso de echarle en cara su descortesía. Eliminado.

Galán porfiado. Esta opción era válida. Uno de los típicos especímenes denominados "simpático, pero no, gracias". Una persona con la que podría perfectamente ir a tomarme un café y reirme de las pelotudeces de la existencia, pero a la cual evitaba debido a que a los 5 minutos comenzaría a preguntarme si estaba sola, o había alguien en mi corazón, además de enumerarme el mundo de ventajas económicas de un joven ejecutivo soltero. El único viable, pero que con suerte tenía mi celular, y jamás le había dado mi dirección. Mmm, difícil.

Alguien me acosa. Este era un personaje del pasado que mientras estaba inmersa en la apasionante vida de una novia esperando el anillo me tentaba a caer en el lado oscuro de la lujuria. Nunca lo pesqué, y seguramente eso lo incitaba aún más... Hace poco volvió a contactarme, y pese a que de entrada le conté mi caso clínico (para que asumiera que soy una loca de patio y mejor conmigo ni a misa), cada día se encarga de recordarme que está disponible. Me da mucha risa, por eso no lo borro de la lista del msn, aunque un par de días atrás lo amenacé con el exilio virtual debido a su ofrecimiento de mostrarme una página con un video de su persona en acción. Jamás se tomaría la molestia de mandar flores. Descartado.

Gordito regalón. Otro joven ejecutivo exitoso, pero con más historias que la biblia. El compañero ideal para bailar y reirse un rato en la disco, sobre todo haciéndole al rock, pero por ningún motivo candidato a pasar a lo oscurito. Altamente improbable, ya que al parecer tras unos cuatro llamados en que le dije "gracias, otro día", asumió que no tengo ganas de salir con él. No tiene el perfil de alguien que mande flores para conseguir algo. Sería más factible que se viniera un día de sopetón, con un grupo arriba de un auto, a secuestrarme y forzarme a pasarlo bien en la Batuta.

El pasado me persigue. Era mi última opción, y quizás la más acertada. Aunque ya había transcurrido más de un año desde que lo nuestro se acabó, los múltiples mensajes, regalos, encomiendas y medidas desesperadas para reconquistar mi amor me habían hecho temer que un día aparecieran los reporteros de Pasiones en mi edificio. Incluso di orden de no dejar entrar a nadie que preguntara por mí si yo no daba aviso previo. Claro que había corrido mucha agua turbia bajo el puente, y de pedirme matrimonio entre lágrimas (recurso ineficaz) había pasado a odiarme públicamente, y dejarme mal parada frente a todas nuestras amistades. O sea, me hizo sufrir por 7 años, y ahora él era la víctima. Así que tampoco le encontré mucha cara de candidato a la sorpresa.

En esos momentos llegaba con todas mis adquisiciones,
jadeando eso sí, al cuarto piso. Toqué el timbre con el codo (igual es entretenido llegar agotada a casa después de una tarde en el Triángulo de las Bermudas), y esperé a que mi madre abriera la puerta con la cara de mayor indiferencia que pude.

- Mira lo que te llegó.

Antes de saludarme, de ver si había engordado unos gramos, o de retarme porque seguía en la cocina el mismo kilo de manzanas de la semana pasada, la pobre no se aguantó, y me guió como a una niñita hacia la mesa. Allí estaba un sencillo pero elegante ramo con dos liliums anaranjados.

- Algún pinche escondido por ahí?

Miré la tarjeta con una perfecta máscara de incredulidad.

"Sorry. Fui muy desconsiderado e irrespetuoso. Me perdonas?".

Era el Señor de mis Tormentos. Aparte del cosquilleo de nervios que me produjo saber que mi desprecio había surtido algún efecto, sentí alivio de que no fuera alguno de los candidatos non gratos quien se había tomado la molestia de pensar en mi persona.

Y ahora, qué haría? No era cosa de decir "sí, claro, no te preocupes". Una afrenta es una afrenta, por más disculpas perfumadas que lleguen después. Pero tampoco era cosa de dejarlo pasar y que se lo llevara otra más tonta y con más silicona. Mal que mal, un hombre que tiene la delicadeza de recordar que me cargan las rosas y adoro los liliums merece una oportunidad.

Pero, y si me volvía a hacer otra gracia? Si de nuevo me dejaba parada en la calle, sola, esperando una vuelta de la vida, rumiando despecho y jurando vengarme algún día?

Miré a mi madre, que no podía ocultar su entusiasmo ante tal muestra de interés de un bípedo (aunque no lo dice, sé que ya teme que la deje sin nietos). Miré al gato, que se lamía la cola sobre el futón, absolutamente indiferente a semejante cataclismo. Miré la imagen que me devolvía el espejo. Y vi en mis ojos un destello; brillaban como hacía tiempo no recordaba haberlos visto.

- Algo así, madre mía. Algo así.






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