jueves, 2 de agosto de 2007

La primera vez.

Cuando dije que lo haría fue en serio, y con eso en mente, me di ánimos para salir a la calle y enfrentar mi propio desafío.

Primer paso, verme bien. No puedo dar la cara al mundo si ésta no me agrada, así que pasé varios minutos frente al espejo decidiendo si usaría o no maquillaje. Ganó finalmente la alternativa natural, y a un rostro desprovisto de adornos artificiales, sumé un jeans celeste, un suéter negro, mi antigua chaqueta de cuero remozada (si esa prenda hablara... la tengo desde la época del colegio!) y botas con terraplén. Haciéndole caso al horóscopo de Nena Borrero, necesitaba algo de color gris, así que completé el invernal conjunto con una bufanda y gorros blanco con negro y mantequilla. De lejos se vería gris.

Le puse comida al gato (no demasiada, está muy gordo y se niega casi a caminar), tomé mi bolso cruzado negro, y sacando fuerza moral de alguna parte, me monté en mi auto y crucé las calles rumbo a mi destino.

El triángulo de las bermudas, nombre con el que denomino a cualquier mall que me seduzca con sus ofertas, me esperaba como a una hija pródiga. Todas sus vidrieras atestadas de ropas bellas, de zapatos, de carteras, de perfumes... la perdición para una mujer soltera, ligeramente pasada de los 30, y cuya única obligación es ser feliz.

Pero esta vez no caí en la trampa. Caminé llena de decisión, con una sonrisa altanera, ignorando a mi paso los colores y tentaciones. Iba con un objetivo claro, y nada me apartaría de mi ruta.

A pocos metros de llegar un sentimiento de plenitud me invadió. Lo estaba logrando. Dejaba atrás los temores que habían esclavizado mi vida en los últimos meses,
la absurda creencia que eran tres los escalones para convertirme en una solterona asumida (los otros dos, la cadenita en la puerta y el gato, ya eran parte de mi sobrevivencia). Tomaba el control de mi existencia, decía adiós a las tonterías, y me abría a nuevas experiencias.

Con el orgullo reflejado en mi mirada desafiante, que me observaba desde los rincones de los escaparates, me enfrenté al destino.

Una fila impresionantemente larga me tapaba la vista hacia la entrada del cine. De golpe recordé que era miércoles, día de tickets rebajados, y momento de la semana en que los chicos sacan a pasear a las chicas a un precio más conveniente. Vi los grupos aglomerarse, impacientes, con las manos llenas de vasos de cartón y los apestosos pop corns. Me imaginé a mi misma de pie, en medio de la multitud, esquivando miradas, cansándome en la espera, haciéndome la indiferente.

Ya no importaron los desafíos, los temores, las burlas. Me di media vuelta, y dejé para otra oportunidad mi primera ida al cine sola.

No hay comentarios.: