jueves, 23 de agosto de 2007

Y lo espero...

Soy como un cuchuflí. Me veo rígida y dura por fuera, pero en mi interior estoy llena de un corazón tan blando como el manjar.

Lo perdoné. Decidí darle una segunda oportunidad al Señor de mis Tormentos, olvidar la afrenta de haberme dejado plantada en el cine, y darle el privilegio de compartir unos momentos con mi persona.

En realidad, todo es parte de una sucia confabulación. Tengo material para hacerme la ofendida y cobrarle sentimientos por un largo período. Siempre y cuando aguante. Así que ahí veremos si su interés por mi juventud y belleza es real, o sólo un invento de mi alma sedienta de amores.

Después de un cinematográfico envío de flores a modo de disculpa (con expectación materna incluida, ya que mi madre las recibió y, claro, me extrajo todos los detalles sobre el personaje), contesté un llamado de la suerte, y acepté sus excusas en la forma de una salida a comer.

Así que ahora no sé qué ponerme. Esta vez es un poco menos casual, por lo tanto, debo sí o sí verme hermosa a ultranza. Descartado de antemano el vestido rojo de la vez anterior. Pese a que me encanta, he pensado seriamente en hacer feliz a otra chica regalándolo, ya que soy ligeramente fetichista y le atribuyo parte de responsabilidad en mi mala suerte. Nunca más me lo podré poner sintiéndome segura de mí misma.

Quizás lo más adecuado sea verme linda pero sin exagerar. Que no crea que quiero impresionarlo. Que me encuentre casi de jeans y botas vaqueras, así como volviendo de las compras del supermercado.

Sonreí por mi, según yo, astuta estrategia, y elegí de mi atestado closet una polera con brillos y escote, y jeans. Nuevos, eso sí.

La peor parte. Qué le diría? Lo saludaría con naturalidad, como quien dice "aquí no ha pasado nada"? Lo miraría seria, con cara de dignidad ofendida, pero sin por ello ser maleducada?

Y ya, pasando esa etapa, y dando por hecho que me contaría alguna historia inverosímil, que fingiré creer con reticencias, qué haría? Un borrón y cuenta nueva no estaría mal, pero tendría que asumir que toda mi labor anterior de seducción y arrebato se anulaban, y era empezar todo desde cero. Como si lo viniera recién conociendo.

Otra alternativa sería hacerme la muuuuuy difícil, y esperar hasta una tercera salida (mínimo) antes de permitirle un mayor acercamiento. Claro que conociendo mi humana y carnal debilidad, y los largos meses sin acción por esta parte...

Rabiosa, pensé que a lo mejor estaba fantaseando de más, que incluso era posible que nuevamente me dejara plantada (pero al menos, esta vez sería en mi propia casa, protegida de miradas burlescas y perros vagabundos como adorno). O bien, que hasta existía una remota pero no por ello menos real posibilidad de que estuviera a punto de contraer nupcias, y esta salida tan románticamente prevista no fuese más que una manera muy caballeresca de dármelo a conocer.

Con toda la furia de mi espíritu concentrada en esta última idea (técnica adolescente, pensar en lo que menos quieres para que no suceda), me concentré en dar a mi rostro un aspecto agradable. Pese a todo mi encono, mis pupilas bailaban juguetonas, riéndose burlescas de mis esfuerzos por parecer indiferente. Parecían decirme "igual estás emocionada porque lo vas a ver". Hasta las comisuras de mis labios tendían a curvarse hacia arriba...

En eso sonó el citófono. El gato levantó las orejas, atento (siempre cree que lo vienen a ver a él), y tomé aire antes de ir a contestar.

- Señorita, la buscan.
- Gracias, que suba.

Me pareció sentir un campanilleo de curiosidad en la voz del conserje, el mismo encargado de recibir las flores un par de días atrás. Corrí a darme una última mirada al espejo, y en secreto rogué porque la voz no me temblara al saludarlo. Y ojalá, encontrar a simple vista en su mirada una clave que me permitiera terminar esa noche sonriendo, y no cargando una nueva desilusión en mi remendado corazón.

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