martes, 7 de agosto de 2007

La loca carrera del sábado


Comenzó agosto, y con ese mes, la obligatoriedad de cumplir con los compromisos solemnes contraídos.

Con Ingers habíamos acordado dar un giro a nuestras existencias diciendo no al encierro, así que partimos muy temprano (a las 10.30 de la madrugada) rumbo al Parque de Los Reyes, a buscar esos muebles fabulosos que me contó que había visto.

Después de darnos dos vueltas (porque mal guiada por la copiloto doblaba antes del lugar indicado), tomar con altura de miras un taco horroroso, y lidiar con un viejito cuidador de autos que insistía en que me orillara cada vez más, entramos por fin al nuevo templo de las antigüedades.

Caminamos y caminamos. Nada. Ingers vio por ahí un arrimo que le gustó (pero como no se decidió de inmediato lo descartamos), pero yo nada. Lo único que me llamaba la atención eran algunos muebles de mimbre, pero estaban un poco estropeados, o bien, nunca aparecía el vendedor. Más encima, como que nos analizaban antes de darnos los precios, y aunque me vestí lo más indignamente posible para no inspirar impresiones de grandeza, parece que nos vieron cara de chicas pudientes, porque todo estaba carísimo.

A cada momento, de acuerdo a los precios, le comentaba a Ingers "si es por eso, encontramos lo mismo, nuevo y más barato en Chimbarongo", y como al cuarto comentario nos miramos y dijimos "vamos a Chimbarongo!". Nos subimos corriendo al auto, y partimos por la Autopista Central rumbo al sur.

Ninguna de las dos tenía la menor idea de a qué distancia se encontraría esa localidad, pero sabíamos que rumbo al sur estaba la cosa, así que partimos. Mientras analizábamos las existencias de todas nuestras ex compañeras de labores, salimos rumbo al sur, y en algún momento vimos al costado del camino una especie de calle con muchos locales de mimbre y artesanías. Como no teníamos intenciones de seguir indefinidamente hacia el sur, decidimos investigar.

Maravilloso! Encontramos lo mismo que en Chimbarongo (pero en menor cantidad, obviamente), y regateando precios finalmente nos trajimos cada una un sillón y aproveché de comprarme dos lindas botellas pintadas. No sé cómo subimos todo eso al auto, pero partimos de vuelta felices con nuestras compras.

Como el día recién empezaba, pasamos a dejar las adquisiciones y nos fuimos al Alto Las Condes. Ahí encontré por fin mi futón soñado, compramos cojines al por mayor, nos desmayamos con los precios de inaudito (8.000 por un metro de una telita de cebolla con bordados... no hay como Independencia), peleamos y finalmente compramos una pintura para el sillón de Ingers (el vendedor era macabro), y después de almorzar unos abundantes arrollados primavera, pusimos fin a la jornada y nos fuimos.

Llegué muerta. Cansadísima pero dichosa, al empezar a imaginar cómo quedaría mi casa con su nuevo look. Sólo espero que el gato no me rompa las botellas, y que contribuya a la belleza evitando rasguñar los muros.

Anoche ya estaba planificando cómo terminar de darle más onda a mi casa. Por ahí me dieron unas buenas ideas, así que como soy cobradora de palabra me aprovecharé de toda la buena voluntad del mundo para darle color y vida a mi hogar dulce hogar.

2 comentarios:

Ramah dijo...

..escribes a las 2 de la mañana...mujer..mucho cafe en tu dieta..jajajaja..un saludin y besito..nos vemos....(visita furtiva)

Lilian Flores Guerra dijo...

Muchas gracias por pasar a visitar. La verdad es que la inspiración me baja pasadito las 12, y como tengo horario de trabajo nocturno (empiezo como a las 12 del día), termino a eso de las 12 de la noche, y de ahí, pura literatura, jaja.

Le mando un abrazo, espero pronto tener la dicha de verlo.