domingo, 26 de agosto de 2007

Todos me fallaron... menos él.

Sabía que algo raro sucedía, ya que le mandaba varios mails en la semana y no tenía respuesta. Tampoco se conectaba al msn. Empecé a sospechar que me saldría con una sorpresita, así que tomé cartas en el asunto.

El viernes me lo confirmó. No iría conmigo al clásico de hoy. Sabiendo que hacía años que no iba al estadio, y más aún, que nunca había ido a un choque de universidades, habíamos acordado que éste sería el encuentro para volver a gritar por nuestros colores. Pero me falló. Mi amiga Paz optó por quedarse tranquilamente con su hijita en casa, y hasta inventó una inexistente celebración familiar para justificar su desidia.

Como soy muy mal pensada, me aseguré y coordiné con Claudiño la asistencia y compra de entradas, así que el desaire de mi amiga no me impactó. Estaría hoy sí o sí en el Nacional.

El día estaba hermoso, lindo como para celebrarlo con un par de goles. Nos juntamos en el RocaSchop, para dejar en un lugar seguro el auto (más que un eventual robo, me asustaba la posibilidad de que un piedrazo malintencionado afeara más aún mi pobre cacharro). Tras un completo y una noticia realmente infartante (va otro abrazo, Claudiño), nos encaminamos al estadio.

Ibamos un poco justitos con la hora, y nuestros temores se hicieron realidad. Estaba lleno de gente, y ya habían cerrado las puertas de acceso. Corriendo y saltando sobre las rejas papales tiradas en el suelo, nos colamos en una fila, férreamente custodiada por unos pacos a caballo. Me daba un poco de temor verlos golpeando con las varas a los asistentes más ofuscados, y más aún cuando de pronto uno de ellos se fue hacia atrás en su caballo, y casi aplasta a Claudiño. El gentío me pisoteó una pierna (qué dolor), e incluso el pantalón de un niño se enganchó en la herradura del caballo. Finalmente pudimos entrar.

Caímos a la derecha de la 13, y para llegar al lugar habitual donde mi socio se instala a ver los partidos, sólo tuvimos que pasar sobre una reja (con púas incluidas), y meternos por la parte de abajo de otra levantada. Un poquito de ejercicio... pero llegamos a salvo, justo cuando comenzaba el encuentro.

El primer tiempo fue un poquito fome, la verdad. Casi exasperante, en su lentitud y parsimonia. Pero fue lindo volver a escuchar las canciones, conocer las nuevas, y lo mejor, ver un partido a una altura y distancia decente para mis miopes ojos.

El segundo tiempo fue total. Comenzó la acción, y por fin pude desahogar mis dolores, rabias y angustias con el gol del Matador. Qué gol gritado con más ganas. Claro que el gustito no me duró mucho, porque Gary Medel se encargó de aguarme la fiesta. Dos veces.

Al final hubo un par de opciones, pero le pegaron con pies de lana. En todo caso, reconozco que Buljubasich se mandó una atajada de lujo. Desgraciado...

Carita triste para el Pato Galaz, que perdió demasiadas pelotas. Un aplauso para el Colocho, aguerrido como siempre, y también una sonrisa para el flaco Olarra (me encanta él... siempre y cuando se quede calladito... esa voz de pito que tiene). Pero, como siempre, el Matador me cumplió cuando todos me fallaban.

A la salida, arrancar lo más luego posible para evitar cualquier tipo de incidente con la fuerza policial, esfuerzo vano porque después de dejar a mi socio en la casa de un amigo me topé con piedrazos y gases lacrimógenos en Grecia.

Y para sumar elementos a mi tristeza, a mi auto no se le ocurrió volver a fallar en otro momento. Mañana tendré que llamar de nuevo al mecánico, y quedaré otra vez a merced de Transantiago.

Pero va mi corazón para él, mi ídolo de siempre, quien con su retorno está trayendo al menos nuevos aires, un poco de orden y conducción, y lo más importante, el grito de gol a su fiel hinchada, que aunque terminemos perdiendo el partido, no te dejará de alentar. Grande, Marcelo!

Mañana sé que tendré la pierna morada e hinchada, y que estaré muy adolorida. Pero me queda el consuelo que estuve ahí, que puse mi garganta a apoyar a mi equipo, que salté y canté en el tablón como hacía años no lo hacía. Y que grité un gol con toda el alma.

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